La mirada es el lenguaje más sincero, ya que sin decir nada lo dice todo. Comunica sentimientos sin palabras, nos hace sentir acompañados, saber que no estamos solos en medio de esta situación. Mirada necesaria en el acompañamiento de la infancia, para que nos sientan parte de su existencia y compañeros de su andadura en el camino que recién comienzan y que llaman vida…
Comenzamos la jornada en nuestro segundo hogar, nuestra escuela. En la entrada nos esperan el gel desinfectante, nuestra ropa y calzado “del cole” y esa prenda necesaria que se ha convertido en parte de nuestra indumentaria habitual y que, a su vez, nos protege de este “bichito” que tantas ganas tiene de jugar: la mascarilla.
¿Quién nos iba a decir que este complemento tan desconocido hasta ahora se iba a convertir en indispensable? Acompaña nuestros babis o chaquetas con bolsillos mágicos, en los que podemos encontrar lo necesario para solventar cualquier aventura que la jornada nos depara junto a nuestros grandes tesoros: los niños y las niñas que dan vida a la escuela.
Casi todo nuestro rostro queda oculto tras las mascarillas, privando a las criaturas de esa expresividad que les transmite seguridad, calidez, confianza y cercanía. La sonrisa es una de las grandes responsables de generar este tipo de sentimientos, la misma que queda confinada tras esa barrera de tela. Nos parecía imposible poder transmitir a través de ellas, trascenderlas… Sin embargo, aunque la sonrisa haya desaparecido en su forma más evidente, sigue latente. Sólo se ha trasladado de sitio, habitando con más fuerza en nuestras miradas. Tanto, que nuestros niños y nuestras niñas como buenos observadores y observadoras que son, solamente tienen que ver nuestros ojos así, casi cerraditos, para saber que estamos sonriendo y devolvernos ese mimo que tanto nos gusta.
Un proverbio árabe dice: “quien no comprenda una mirada tampoco comprenderá una larga explicación”.
La importancia de la mirada se ha incrementado en nuestra profesión más que nunca, siendo su poder de transmisión mucho mayor si cabe. Gozando día a día del privilegio de la magia de las miradas, esas que traspasan los ojos y van más allá. Miradas de complicidad, que cantan, que cuentan cuentos, que dan besos, caricias y abrazos. Miradas que escuchan, llenas de amor, de ternura, cercanas, cálidas, expectantes, cerradas o bien abiertas… En definitiva, que acompañan, que cuidan y descubren día a día los propios descubrimientos de los niños y las niñas.
Tal vez a priori pueda parecer que esta “limitación” tan marcada, nos ha quitado más de lo que nos ha aportado. Pero, como bien dicen nuestros maestros Jose María Toro y Tonucci, si “miramos con los ojos del corazón” o “con ojos de niño”, descubriremos todo lo que este lenguaje sin palabras nos puede ofrecer.
Porque si alguna cosa nos ha enseñado este virus a los y las docentes es que ninguna mascarilla es capaz de filtrar el amor de nuestras sonrisas, que se expanden por toda la escuela y nos contagian de bienestar.